Cada vez que alguien me pregunta: ¿Por qué te fuiste a vivir al extranjero? Mi respuesta clara y contundente es: “POR AMOR”, porque conocí a mi esposo que es alemán, nos enamoramos y tomé la decisión más dura de mi vida, dejar mi trabajo, mi familia, mi cultura y mi país para hacer una vida junto a él en Europa. ¿Suena lindo verdad?

Pero el camino que he recorrido no ha sido pavimentado, más bien ha sido un camino empedrado y en muchas ocasiones lo he tenido que recorrer con los pies descalzos y sangrando de dolor. Me ha pasado como le pasó a Ulises cuando salió de su casa rumbo a la guerra de Troya pensando que terminada la guerra regresaría como un héroe a la comodidad de su casa.

La primera vez que tuve conocimiento de la historia de Ulises fue en el colegio, cuando en literatura nos pusieron la tarea de investigar sobre la antigua cultura griega, un momento que me llevó a conocer mitos y fábulas fantásticas de dioses, semidioses, seres humanos y criaturas ancestrales. Allí entre tanta FANTASÍA y a su vez FILOSOFÍA me encontré con el relato de la Odisea escrito por el poeta Homero, y no pude evitar sumergirme en las aventuras maravillosas de ese enigmático personaje: “Ulises”, un semidios que dejó a su esposa Penélope y a su hijo Telémaco para cumplir con su “deber” como guerrero ya que había sido convocado para pelear en la guerra de Troya.

Pero su verdadera aventura empezó cuando terminó la guerra y emprendió el regreso a casa, ya que por cuestiones del destino tuvo que enfrentarse y matar al Cíclope hijo del dios Poseidón señor de las aguas, quien lo condenó a navegar eternamente sin encontrar el verdadero camino a casa. Durante ese periodo tuvo que enfrentarse a Sirenas, reinos extraños, brujas y monstruos marinos, hasta que luego de 20 años y gracias a la intervención de Zeus su condena fue perdonada y pudo reunirse con su familia.

A esos años de juventud lejos estaba de imaginar qué estudiaría psicología y que me volvería una experta en temas de migración y desarrollo personal, ayudando a las personas a superar las crisis emocionales causadas por la migración, de las cuales la más compleja recibe el nombre de Síndrome de Ulises, aunque algunos psicólogos y psiquiatras prefieren llamarlo Síndrome del Migrante.

En la Universidad, cuando estudié este cuadro patológico, la única coincidencia que encontraba entre el síndrome y la Odisea era el nombre. El Dr. Joseba Achotequi fue el que tuvo la genialidad de bautizar este síndrome con ese nombre, basado en el hecho de que Ulises fue un migrante que sufrió una verdadera odisea para poder volver a casa. Ahora luego de que yo misma viví en carne propia una crisis emocional por el hecho de ser migrante, comprendo que entre el síndrome del migrante y la historia de Ulises existen más coincidencias que el solo nombre.

Pero empecemos por el comenzó: El Síndrome de Ulises va más allá del DUELO MIGRATORIO clásico, las personas que lo sufren no padecen un trastorno mental, ni tampoco son depresivos, lo que presentan es un cuadro de estrés severo ya que la gran mayoría han migrado bajo condiciones paupérrimas cruzando fronteras de forma ilegal y enfrentándose a peligros, maltratos, discriminación y vejaciones inhumanas indescriptibles para poder cumplir sus sueños.

Muchos migran por deseo propio bajo el ideal de cambiar su vida y conseguir mayores recursos para ayudar a sus familias que viven en condiciones críticas en su país de origen. Otros migran obligados por las guerras y/o las persecuciones políticas, culturales o religiosas.

Los principales SÍNTOMAS que presenta una persona bajo este síndrome son: estrés crónico, muy intenso y duradero, ansiedad, depresión, tristeza, temores, irritabilidad, trastornos disociativos y psicosomáticos como dolor abdominal intenso, migraña, fatiga extrema e incluso trastornos hormonales especialmente en la glándula tiroides. En el peor de los casos pueden presentar trastornos psicóticos caracterizados por alucinaciones

visuales o auditivas.

Síndrome de Ulises

Como se puede ver, este síndrome no es ningún viaje fantástico y lleno de aventuras como el que sufrió Ulises, pero si lo analizamos a profundidad, él había perdido el control sobre su vida a causa de un dios vengativo que lo alejaba cada día más de su patria y sus seres queridos. Las personas que sufren de este síndrome ingresan en ese remolino de emociones extremas por el sentimiento que experimentan de no tener el control sobre los hechos que rigen sus vidas y por la sensación de fracaso, además de versen invadidos por pensamientos negativos que reviven una y otra vez los momentos dramáticos sufridos durante la migración.

La persona al migrar no solo se aleja de su familia, también pierde contacto con su cultura, con los paisajes, los olores y los sabores de su tierra, es decir de todo aquello que le daba identidad como ser humano.

Yo no migré de forma ilegal, me tomé mi tiempo y realicé todos los trámites que requería para vivir legalmente en Europa al lado de mi esposo y sin embargo sufrí del síndrome del migrante. ¿Por qué?

Porque había perdido el control sobre mi vida, pasé de ser un brillante profesional independiente y exitosa a ser una mujer insegura y dependiente de su marido. Una persona que tenía miedo de salir a la calle porque vivía en otro país que no conocía y del cual ni siquiera hablaba su idioma. La incertidumbre me carcomía el alma y caía cada vez más en un embudo de soledad, miedo y arrepentimiento. Económicamente no me faltaba nada, mi esposo se encargaba de eso, pero emocionalmente me faltaba todo, me sentía fracasada y creí haber cometido el peor error de mi vida dejando mi trabajo por amor.

Muchas de las personas que padecen del síndrome de Ulises no cuentan con los documentos legales de residencia que les permitan acceder a trabajos dignos y por lo tanto a atención médica especializada, lo que aumenta la sensación de haber perdido su identidad, eso y la incertidumbre de no saber si volverán a ver a sus familias y seres queridos los adentra más y más en la perdida de sentido de vida.

En estas tres cuestiones está la solución y el camino de recuperación de este síndrome. Lo primero es recobrar la identidad y la sensación de control sobre los hechos que influencian directamente sus vidas. Lo segundo es rescatar la esperanza de un futuro mejor y sobre todo de que el regreso a casa y el reencuentro con los seres queridos y su país de origen es posible sin perder lo alcanzado hasta ese momento (no podemos dar papeles de residencia, pero si positivismo para visualizar soluciones reales) y tercero reinventarse en el extranjero construyendo un nuevo sentido de vida lo suficientemente fuerte para superar todos los obstáculos que pueda seguir experimentando en el futuro. Esto en cuanto al campo psicológico, pero una persona diagnosticada con este cuadro patológico requiere además de ayuda profesional tanto de medicina como de psiquiatría, así que lo más recomendable es contactar con un especialista.

Yo superé el síndrome del migrante cuando recuperé mi esencia, cuando entendí que la verdadera causa de mi migración no había sido el amor a mi esposo sino mis ganas de reconstruir mi vida, de empezar de nuevo de cero evitando cometer lo errores que había cometido en mi vida pasada, cuando me miré al espejo y vi que era una mujer imperfecta llena de miedo, pero con unas ganas inigualables de ser feliz.

No todos los “sin papeles” sufren del síndrome de Ulises así como no todos los que lo sufren son personas que viven ilegalmente, todo depende de la resiliencia y de las capacidades adaptativas y de apertura mental con la que cuenten las personas que deciden migrar y hacerse a una vida nueva en el extranjero.

Finalmente, no podemos confundir el duelo migratorio clásico con el síndrome de Ulises o Síndrome del migrante. El duelo migratorio clásico, como su nombre lo indica, es el proceso de duelo psicológico y de adaptación por el que atraviesan en mayor o menor medida todas las personas que migran, independientemente de los motivos de éste, edad, sexo o estatus social, y se caracteriza por una serie de etapas adaptativas que al final desembocan en la aceptación del cambio y la inclusión total o parcial en el país de acogida.

El duelo es parte integral de la migración ya que es el proceso psicológico mediante el cual la personalidad se reorganiza ante la pérdida de “algo” muy importante, en este caso el migrante no pierde (textualmente hablando) pero si tiene la firme sensación de haber perdido de alguna manera a sus familiares y amigos, su lengua materna, la cultura natal, su tierra con los olores y sabores de antaño, su posición y estatus social, así como la

seguridad en sí mismo.

Si eres migrante, emigrante, inmigrante o expatriado y estás preocupada o preocupado porque presentas alguno de los síntomas aquí descritos dentro del Síndrome de Ulises, te invito a que busques ayuda profesional, puede que solo sea parte de tu proceso de adaptación al extranjero pero y ¿si no lo es? La situación puede ir a peor. Es como un dolor de estómago, puede que sólo sea una comida que te sentó mal, pero también puede ser una apendicitis que sólo un especialista puede curar.

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Síndrome del migrante

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